jueves, 20 de noviembre de 2008

Lo que el maestro escribe... va a misa de 8

Pronto empiezo a dejarme de ir en las actualizaciones semanales, pero como mañana tengo un examen voy a dejar un copia y pega del maestro sobre la vuelta a su basílica del Señor de Sevilla. Leyendo esto y recordando los momentos en los que tuve al lado al Señor, solo pueden escaparse lágrimas por la devoción, fervor y solemnidad que te envuelven cuando el que nos libró del pecado se queda paraito junto a ti entre Miguel Cid y la calle San Vicente. Lujo y primor de prosa del maestro para una estampa que a mí me sabe solo a una palabra: PROMESA.

"Luz antigua. De reverbero de farol de gas. De quinqués en los salones que dan a estos cierros. De candiles de aceite en las cocinas que se asoman a estos ocultos patinillos de verdina. De pronto, en la calle Miguel del Cid se hace el silencio. ¿En qué tiempo estás? ¿En qué hora? En el tiempo de siempre. A la hora exacta del corazón de la memoria y de la memoria del corazón. Avanza la vieja y dorada cruz de guía, la de los instrumentos de martirio de la Pasión, la que tú conoces tan bien de tantas madrugadas, la de la luz de aquel farol que aún te alumbra. Vienen los hermanos. Viejas medallas con el cordón morado. Las medallas que tantas madrugadas ocultó un antifaz por la calle Francos, por la plaza del Salvador, por Cuna en el parón de los Gitanos, cuando la noche había echado a freír en el perol de los puestos de calentitos la nazarena pescadilla que se mordía la cola por donde La Veneciana sacaba sus mejores espejos para que se reflejara el verdadero rostro moreno de Cristo.

Viene la hermandad. Los señores de la hermandad del Señor. Las señoras del Señor, con su medalla al pecho, colgada de una planchadísima y ancha cinta morada. La Sevilla señorial del viejo dicho, la de los hidalgos que ocultaban su ruina tras una ejecutoria guardada en estas salas de la planta baja, tan húmedas, con su zócalo de azulejos y su estrado isabelino: «De La Magdalena a San Vicente, se come solamente».
Cera color tiniebla. Caras que nunca viste, ocultas por el antifaz, pero que adivinaste tantas madrugadas por Castelar y Molviedro, ahora serias, inexpresivas. Tan de cera, tan tiniebla como el cirio que portan. Ni una palabra. Acaso, un gesto de saludo, una iniciática señal con los ojos, más cerca del «in ictu oculi» mañaresco que de la pompa y vanidad de saberse siervo del Señor. ¿Cuántas madrugadas están pasando ante ti en el andar trabajoso de estos viejos hermanos, los que salieron con el Señor de San Lorenzo, los que lo acompañaron de niños cuando fue a la Catedral porque había terminado la guerra, y marchaban tras Él todos los velos de blonda de todas las madres de todos los soldados que habían vuelto vivos de todos los frentes, y los mantones de luto, ay, de las que parieron a los muchachos que se fueron a Teruel o al Ebro y nunca volvieron? Ves las caras de estos hermanos y adivinas una vieja cofradía de San Lorenzo más cercana entonces de Fray Diego de Cádiz que de la nueva basílica.

Y en esto, como en un sueño, entre el incienso del silencio o el silencio del incienso, aparece por la esquina de Baños el mismísimo Gran Poder de Dios. Viene el Señor del convento de las Capuchinas, como el padre que se ha ido a vivir con una hija mientras le estaban haciendo obras en su casa. Padre de la Creación. Padre de la noche y del silencio de Sevilla. Padre de este viejo barrio de consultas de médicos, de bufetes de abogados, de habilitados de clases pasivas. Lo traen los hermanos sobre unas andas. No trae Jesús el paso acompasado, como torero, de pata alante, con que va hacia el monte Calvario todas las madrugadas, sobre el racheo de las alpargatas de los costaleros. No se oye más racheo que el latir de los corazones. Las lágrimas de emoción no rachean el paso.

El Señor viene sin su zancada. ¡Qué señor viene el Señor por el barrio de los señores! En su hieratismo, más sagrado que nunca. No se le mueve una espina de la corona de la sierpe. Ves su túnica bordada, tan estática, con tanta sensación de pesantez, y evocas de golpe todas las viejas estampas, todos los grabados de las salas y alcobas, todos los cuadros de todas las cabeceras de todas las camas. El Señor viene de grabado antiguo. De cuadro de casa de tu familia. Avanza, pero no anda, porque esta noche en que lo ves en la calle Miguel Cid, o en las barreduelas de tu memoria, es el mismísimo Gran Poder ante el que rezó tu padre, ante el que rezó tu abuela, ante el que rezó la sangre que se te pierde en el tiempo. El Gran Poder de los cuadros, con su vieja túnica bordada.

La otra noche, en la calle Miguel del Cid, yo vi andar al mismísimo Gran Poder que de niño tenía en el cuadro de la cabecera de mi cama. El Señor, tan señor con esa túnica, había salido del cuadro que estaba en todas las casas y en todos los corrales de Sevilla."

ANTONIO BURGOS BELINCHON
DIARIO ABC DE SEVILLA
17-XI-2008

domingo, 9 de noviembre de 2008

Pilatos

Primera visión de cada Lunes Santo. Primera sombra de tarde de primavera que viene a darse de bruces con la ilusión de un año entero cuando el sol marca los compases primeros de lo que se avecina.

Pilatos, Poncio por más señales, que en latín es Pontius Pilatus y en el latín de nuestra tierra es "el Pilato" vecino de Judea que era una calle que antes se encuadraba entre Marconi y Maldonado -sabes tu que fue a nacer en un mal sitio- era un hombre legal, procurador en su tierra y gran amigo de sus amigos.

Recibió, era por primavera, nuestro amigo Poncio un encargo de su jefe Caifás que no tenía otra cosa que hablar todo el día con los sacerdotes (por aquella época aún no se dedicaban a la copistería y tenían tiempo para otras labores) para que juzgara a un pobre loco que venía diciendo semanas atrás que era hijo de Dios. Menuda papeleta. Como por aquel entonces solo los romanos (si, los de capa roja) podían aplicarle una condena de muerte dejaron en manos de Pilatos toda la decisión del asunto, o lo que viene siendo en nuestra época, dejarle el marrón encima de la mesa.

Pilatos, sereno el, acudió a buscar consejo en los que más confianza tenía. Su familia, sus amigos, sus nobles consejeros ilustres en la docta materia de la filosofía no pudieron ni quisieron darle respuesta definitiva, aunque alguno quisiera por si tener capacidad para condenar al joven loco de ideas absurdas. Por esto, tenía que ser el mismo Poncio con la sabiduría adquirida con los años quien resolviera aquel follón tan grande que se le presentaba.

Recapacitando en su palacio advirtió que no debería ser el mismo quien tuviera que tomar la decisión, total, ¿Qué iba a pasar si todo aquello lo decidían otros? Si, otros, gente que aunque no estuviera tan puesta en la ley romana ni tuvieran grandes conocimientos sobre el caso del pobre loco enviado por Caifás, pudieran emitir un juicio que no manchara su gran trayectoria como prefecto de aquella provincia romana.

Antes de ir a dormir Poncio tras cenar copiosamente junto a su esposa Claudia Prócula (que los ortodoxos si que supieron de que iba la historia y la nombraron Santa ya que si ella hubiera utilizado otras artes no tendríamos la mejor semana del año) comentaban la decisión tomada en aquella tarde que no reescribiría la historia ni ZP. Claudia que no comprendía la decisión tomada por su marido se negó en rotundo a apoyarlo, aunque este fuese solo un apoyo moral, la decisión no se variaría con su enfado.

A la mañana siguiente, cuando le presentaron al loco de Nazaret, Poncio tal como plasmara genialmente Antonio Ciseri se asomó a la balaustrada y dando la espalda al loco azotado le dijo al pueblo de Jerusalen ¿A quién debo liberar al loco o a Barrabás? El gentío que alli se congregaba lidearado por uno de los sumos sacerdotes (y anda que no eran cabrones) movilizaron a las masas (como ZP cuando lo de aquel fatídico 11 de Marzo con lluvia de horror sobre nuestras cabezas) para que que liberaran a Barrabás y el loco fuera condenado a muerte. En aquel momento dicen los que estaban por alli que Pilatos se lavó las manos y desde aquel entonces cada Lunes Santo el Señor del Ecce-Homo sufre la condena mas amarga, la que le dictan aquellos ciudadanos de Jerusalen que no supieron ver en el al Salvador del mundo.

PD: Parafraseando al maestro... "Sabes tu que Pilatos estaba mal orientado en cuestión de calle Oriente" pues eso mismo, sabes tú que yo estaba mal encaminao cuando pensaba y decía...

Esta PD no tiene nada que ver con el texto, pero es del maestro...

El comienzo

Hoy 9 de noviembre de 2008 comienza este blog al que he titulado "La vida en una semana" con el caracter de publicar semanalmente una pequeña visión personal sobre lo que me rodea.

Sed todos bienvenidos.

Un cordial saludo,

Eduardo Albarrán Orte.