martes, 6 de octubre de 2009

Romance de los armaos de la Macarena




Permitidme que hoy os cante

lo que miran, lo que sienten,

al paso de los armaos,

esas benditas mujeres.

Aunque habría que incluir

a algún que otro mozalbete

que mira robado el paso

de esta centuria tan fuerte.

Os diré por si las moscas

que pierdo continuamente

las llaves con su llavero

y las fundas de las lentes,

y en la cocina extravío

las cazuelas y sartenes,

pero jamás he perdido

ni una gotita de aceite.

Y cuando cruzo una calle,

mi cuerpo se hace presente

en una acera que es la otra,

más no es la acera de enfrente.

El armao levanta el paso,

piropos que van y vienen

y que van del Capitán

al que sale de Teniente,

hasta alcanzar la gandinga

que algunos llaman piquete.

Y entre col y col, lechuga,

o un poquito de apio verde,

que hay muchachos muy sensibles

que ningún caso se pierden

ese desfile marcial

que deja el color de la nieve

en las calles y en las plazas

de la Roma de Occidente.

Señoras con su marido,

y el marido algunas veces,

se recrean en la enagua

y en las piernas que se mecen

mientras van marcando el paso

por la Feria o por las Sierpes.

Plumas de gallos en celo,

los metales relucientes,

obra y gracia del Netol

con su boca sonriente.

Cornetas que desafían

y tambores con el temple

de quien manda en este mundo

del Poniente hasta el Oriente.

Así clama el pueblo llano

con voz ronca y caliente,

se oye la voz del senado

con dicción fina y prudente.

Señoras de edad tardía

y muchachas florecientes,

todas dicen por lo bajo

al paso de estos valientes

una frase que es leyenda

una frase que debiere

estar grabada en el mármol

con enormes caracteres.

Hay quien dice que es apuesto

el Capitán que va al frente

y otras mozas se decantan

por el perfil del Teniente

del que alaban su elegancia

por algo su nombre tiene

algo del conquistador

que con la Virgen de los Reyes

a los moros les quitó

su Isbiliya para siempre.

Un teniente fernandino

que anda siempre de frente

y que le pide a los canteros

que esculpan con sus cinceles

los dos versos que rematan

este romance en relieve:

¡Qué pedazo de Centuria

y qué pedazo de Teniente!