Permitidme que hoy os cante
lo que miran, lo que sienten,
al paso de los armaos,
esas benditas mujeres.
Aunque habría que incluir
a algún que otro mozalbete
que mira robado el paso
de esta centuria tan fuerte.
Os diré por si las moscas
que pierdo continuamente
las llaves con su llavero
y las fundas de las lentes,
y en la cocina extravío
las cazuelas y sartenes,
pero jamás he perdido
ni una gotita de aceite.
Y cuando cruzo una calle,
mi cuerpo se hace presente
en una acera que es la otra,
más no es la acera de enfrente.
El armao levanta el paso,
piropos que van y vienen
y que van del Capitán
al que sale de Teniente,
hasta alcanzar la gandinga
que algunos llaman piquete.
Y entre col y col, lechuga,
o un poquito de apio verde,
que hay muchachos muy sensibles
que ningún caso se pierden
ese desfile marcial
que deja el color de la nieve
en las calles y en las plazas
de la Roma de Occidente.
Señoras con su marido,
y el marido algunas veces,
se recrean en la enagua
y en las piernas que se mecen
mientras van marcando el paso
por la Feria o por las Sierpes.
Plumas de gallos en celo,
los metales relucientes,
obra y gracia del Netol
con su boca sonriente.
Cornetas que desafían
y tambores con el temple
de quien manda en este mundo
del Poniente hasta el Oriente.
Así clama el pueblo llano
con voz ronca y caliente,
se oye la voz del senado
con dicción fina y prudente.
Señoras de edad tardía
y muchachas florecientes,
todas dicen por lo bajo
al paso de estos valientes
una frase que es leyenda
una frase que debiere
estar grabada en el mármol
con enormes caracteres.
Hay quien dice que es apuesto
el Capitán que va al frente
y otras mozas se decantan
por el perfil del Teniente
del que alaban su elegancia
por algo su nombre tiene
algo del conquistador
que con la Virgen de los Reyes
a los moros les quitó
su Isbiliya para siempre.
Un teniente fernandino
que anda siempre de frente
y que le pide a los canteros
que esculpan con sus cinceles
los dos versos que rematan
este romance en relieve:
¡Qué pedazo de Centuria
y qué pedazo de Teniente!