lunes, 19 de septiembre de 2011

La Pastora, el barrio de las emociones

Artículo publicado en el DIARIO DE CÁDIZ el Lunes Santo de 2011.

Lunes Santo en la Isla. Un lunes que nos sabe ya a las primeras despedidas. Un Lunes Santo que abre por vez primera las puertas del templo más cofrade de la ciudad. Esta frase, aunque manida, se nos viene a la memoria cada año cuando llegamos a esa plaza desde cualquiera de las calles que confluyen en ese hervidero de emociones que es la Iglesia de la Pastora. Bajar por Marconi, es como reencontrarse con la propia infancia y adolescencia de aquellos cofrades que nacimos a las cofradías en este barrio.

La noche ha sido larga. Un montaje de flores que huelen a la gloria misma y la vuelta a casa cuando la ciudad ya abandonada por el público de un Domingo de Ramos se queda sola, vacía, casi sin alma. Recorrer el itinerario a la inversa, mirar a un cielo que apunta que todo puede salvarse o que quizás este año también tengamos que lamentar los designios divinos. Pero no es momento de teorizar sobre borrascas o anticiclones, es momento de sentir.

Una túnica de botonadura roja descansa cerca de la cama junto a una capa del mismo tono. Todos los elementos del hábito nazareno están listos, la noche es larga, y como el mismo día de Reyes cuesta conciliar el sueño. Se aguarda el momento, se intuye lo que viene pero casi es como un sueño, el sueño de cada madrugada previa a un nuevo Lunes Santo.

La mañana comienza temprano, los pasos te llevan casi en volandas de nuevo a ese barrio y esa plaza. Los sentimientos comienzan a aflorar. La misa de hermandad, nuevo momento de reencuentros, de vivencias, de anhelos y esperanzas. Algún hermano trae un nuevo parte meteorológico, aunque en realidad no quieres verlo, te da igual, es Lunes Santo y te conformas con ver lo que allí se presenta, que no es poco. Se apuran los detalles de última hora, se reciben visitas, flores que algún hermano trae de otro que por cualquier motivo no puede acercarse. Los cargadores comienzan a hacer el amarre de las almohadas, se apuntan las primeras cervezas en la barra más cercana, es mañana de Lunes Santo en la Pastora.

Casi sin advertirlo, has comido, descansado unos minutos y estas ya revistiéndote con la túnica que te vio salir tantas veces de tu casa, aquella que será la mortaja postrera tras la vida. Por el camino más corto vuelves a llegar al epicentro de las emociones, los pasos ya comienzan a recibir la luz de las primeras velas encendidas y es tiempo de la más honda oración. El silencio ahora del interior del templo es contraste con las inmediaciones de la parroquia, en la que los primeros hermanos, casi siempre los más pequeños, comienzan a llegar.

El barrio de la Pastora comienza a teñirse de capas rojas y escapularios azules, la emoción de ver llegar a cada uno de ellos por las calles más coquetas del barrio sería el mejor cartel que jamás se ha publicado. Das un paseo que te reconforta viendo a las primeras secciones, ves a los más pequeños que aún casi no pueden sujetarse el capirote y te recuerdas en aquellos momentos de codal con pequeña vela. También te sirve para saber perfectamente que esto no se termina, que la Semana Santa perdura y dura en el tiempo, y que esta tradición no tiene visos de extinguirse.

Pasan los minutos, comienza a llenarse la plaza y suenan los primeros tambores en la lejanía en un pasacalle que ilusiona, que hace cambiar la cara de los que están a tu lado. Te colocas el capirote y das una última ojeada hacia tu alrededor. Un “buena estación de penitencia hermano” y comienzas a andar subiendo el pequeño tramo que desde el final de la calle Marconi dista con la puerta ahora lateral del templo, y que durante mucho tiempo vio salir a la cofradía. En ese momento recuerdas todos aquellos que pasaron antes de ti y ahora no están, por todos ellos dedicas como cada año esa estación de penitencia que se viste tras el hábito con camisa blanca, corbata y tirantes negros.

Se han abierto las puertas de la Pastora en un nuevo Lunes Santo, y antes de pisar de nuevo la plaza, contemplas la privilegiada visión de los pasos a falta solo de dar la primera levantá y ponerse en carrera. Levantas tu cirio y por delante toda una estación de penitencia, todo un cúmulo de sentimientos que se desbordan por aquel barrio de encaladas fachadas.

Es Lunes Santo en la Pastora, hoy se vuelve a presentar al pueblo a Jesucristo. Las emociones surgirán en cada esquina, en cada marcha, en cada momento de la estación de penitencia. Es Lunes Santo en el barrio más cofrade de la ciudad y parece que esto se acaba, y eso que aún por delante quedarán otros dos días de verdiblanco Huerto y de sacramental Misericordia.

Es Lunes Santo en la Pastora, comienza la Semana Santa de las emociones.

Un nuevo Domingo de Ramos

Artículo publicado en el Diario de Cádiz el Domingo de Ramos de 2011.

Hoy la Isla vuelve a abrirle las puertas a una nueva Semana Santa. Hoy es Domingo de Ramos y se nota en el ambiente que bulle por las calles. Desde temprano, serán centenares aquellos que se acercarán a las tradicionales misas de palmas que en todas las parroquias se celebran como preámbulo de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

La mañana se hará corta, la visita a los templos de las tres hermandades que procesionan esta tarde es obligada. Comenzaremos con la capilla de la Estrella del colegio de La Salle. Allí, con un pequeño espacio entre cada uno de los pasos podremos embriagarnos de la alegría con la que sus hermanos preparan los últimos detalles. Es recuerdo a patio de colegio que pronto se inundará de pequeños hebreos que son la regeneración y la continuidad de nuestra más arraigada tradición.
Andando por la calle Real llegaremos hasta el primer templo de la ciudad. En este, junto al resto de las otras hermandades que allí radican, el característico paso de Jesús atado y flagelado a la Columna. Una visión que nos retoma a décadas pasadas, parece como si nada hubiera cambiado, su madera conjugada con las plisadas caídas nos hacen retraernos a una Semana Santa casi en blanco y negro, la que recordamos de nuestra infancia ante el imponente paso de esta cofradía.

Para terminar, antes de poder volver a mirar el reloj y ver la premura con la que llega el tiempo de lo auténtico, pasear por uno de los barrios más característicos de nuestra ciudad. El barrio de la Ardila, que vive hoy su jornada más jubilosa de las que transcurren durante todo el año. Un barrio volcado en una cofradía, y una cofradía que se vuelca con su barrio. El Cristo de la Humildad y Paciencia espera, paciente, el reencuentro con ese barrio que lo acompañará hasta las mismas entrañas de la ciudad, para luego, volver con él de nuevo cuando caiga la noche.

Pero, cuando hemos vuelto a casa o con algunos amigos compartimos una comida en el centro de la ciudad, a la mente vienen las imágenes de todo el tiempo pasado. La Cuaresma, esta última Cuaresma que llegó tan tarde pero que el cofrade vive desde que el paso de la Patrona, aquel 12 de Octubre, volvió a entrar en el Carmen diciendo que ya estábamos saboreando el comienzo de las vísperas.

Es en esa Cuaresma que dura mucho más de cuarenta días en la que los cofrades de San Fernando han ido preparando todo para que el día de hoy sea como lo sueñan, como quieren vivirlo, dejando lo mejor de cada cual. Una larga Cuaresma que deja atrás la pérdida de numerosos cofrades, ellos, también los recordaremos hoy y serán partícipes en nuestro itinerario de la memoria.

Es día de reencuentros también con aquellos que desde los puntos más variopintos de la geografía vuelven estos días a nuestra ciudad a encontrarse con su Semana Santa, la de sus familias, la de aquella estampa que guardan allá donde estén y que les recuerda que ellos también son partícipes de lo que comenzamos hoy. Como partícipes son aquellos que nos visitan desde las localidades vecinas predispuestos a saborear hasta el último detalle con nuestra forma peculiar y única de vivir la Semana Santa.
Con el estómago y las emociones a punto, mirada a un cielo que se viste con un azul distinto como queriendo mimetizarse con ese azul hebreo o con el azul con el que se tiñen los pasos de palio de esta tarde. Ya no queda tiempo de mirar más, salvo al reloj, que acelerado nos apunta que dentro de pocos minutos la Isla volverá a renacer en una nueva Semana Santa.

El camino desde cualquier punto de nuestra ciudad hasta las cercanías de la confluencia de la calle Real con Tomás del Valle es motivo siempre de alegría. Los primeros hebreos, los primeros capirotes, el sonido de las bandas haciendo el pasacalle, es sin duda el momento en el que saboreamos la llegada de lo inminente, ya nada puede hacer variar lo que tanto tiempo hemos soñado.

El trasiego por las aulas del colegio de La Salle es un ir y venir de hermanos, de nervios, de tensa espera. Todo está listo y con un silencio casi propio de la tarde del Viernes Santo se reza una oración junto al pregonero que clava su mirada en Cristo Rey.

La cruz de guía se apuesta delante de la rampa y el jefe de procesión ordena que ya es el momento. Se abren las puertas de la capilla y una ovación recorre toda la calle, por delante, siete días para vivir intensamente la Semana Santa de San Fernando. Por delante toda una vida entera resumida en una semana.

Hoy, como escuché alguna vez, cuando se abra de nuevo esa puerta a la Semana Santa y asome el primer hebreo lasaliano, dejaremos de soñar lo vivido para volver a vivir lo soñado.