martes, 7 de abril de 2009

Martes de luz


Un Lunes que termina y un Martes que empieza. Dos caras de una misma moneda reunidas de un solo vistazo en la Iglesia de la Pastora hace poco más de una hora cuando se cerraron las puertas. Mis hermanos del Ecce-Homo con la cara de satisfacción por el trabajo bien realizado y los otros, los del Huerto, con esa expectación interminable como la de aquel niño en la víspera de un día importante.

Han sido algunas horas cirio en mano en las que son muchas las cosas que se vienen a la mente y pocas las que podría llegar a explicar con mis pobres palabras esparcidas sobre este teclado. Otro Lunes más, otro año más, porque mi vida se cuenta por Lunes Santos. Esta noche se ha cumplido otro más, otro sueño más de los que espero me queden por vivir.

Pero lo que está por vivir, lo inminente es este Martes de luz que ha comenzado, menuda contradicción, con el palio de la Virgen de la Salud recibiendo el aroma de los últimos cirios de su candelería apagándose. También en la penumbra encontramos la luz.

El Martes es barrio, el barrio es la Pastora, y el barrio de la Pastora es y será siempre luz. La luz que se refleja en esta mañana en las fachadas, la luz que se dibuja en cada una de sus azoteas ciñéndose a las ropas tendidas por sus vecinos. La luz que cacheará las primeras túnicas de los penitentes verdiblancos al llegar la tarde y se encaminen a las puertas de la Gloria.

La luz, esa luz que cuando el reloj marque las seis y cuarto de la tarde acompañará a una Cruz que quiere hacerse Spinolista en este año de víspera de aniversario. La luz y la plata, esa misma luz y plata que irán marcando el camino durante toda la noche. Esa misma luz, es la luz que se desprende en cada movimiento del palio y es la luz que las bambalinas despiden con su movimiento cantando a la inversa los movimientos de la plata del respiradero.

Ya es Martes Santo y en la oscuridad aún de la noche ya se dibuja la luz que esta tarde llevará un farol al que tanto admiro, o será, seguro estoy de ello, la luz de aquel enciendevelas de la última sección del palio que para esta tarde de Martes ha sacado su papeleta de sitio en el cielo y allí al caer la noche no serán cirios los que encienda sino estrellas al paso de la Virgen de Gracia y Esperanza Coronada por la calle Ancha para culminar tan bella estampa.

Ya es tarde y el cuerpo pide una tregua. Algún día, si me atrevo, intentaré redactar según marca el RAH (Diccionario de la Real Academia de la lengua Hortelana) aquel "Farol de cruz de guía" intentando torpemente, seguro, enmendarle la plana al Maestro.

viernes, 3 de abril de 2009

Lunes de gloria


Son las tres de la mañana. El primero de los días se ha esfumado, y ya esto empieza a terminarse como dijo el pregonero. Ya el traje toma esencias del incienso de la tarde, y junto a este, reposa una túnica blanca de botonadura roja que es la misma con la que quiero hacer mi postrera estación de penitencia, aquella para la que nunca sacaremos papeleta de sitio puesto que como recompensa a toda una vida nos la da el mismísimo Diputado Mayor de Gobierno de la vida.

La jornada ha sido próspera y fulminante. Un Domingo de Ramos, sea donde sea, debe ser así, al menos yo así lo imagino. No podría figurarme que esta jornada pasara por mi vida de puntillas, es una tarde-noche que marca porque así nos marca la Semana Santa (¡Y un mojón como los que deja la caballería que abre paso al cortejo de la hermandad de la Paz en Sevilla para los que ahora quieran cambiarle el nombre!) desde que tenemos uso de razón.

Una vez terminado de ver el último de los pasos, a mí, me gusta retomar mis pasos hacia la Pastora. Sabría llegar con los ojos cerrados y hasta por el camino más corto ya que en las tardes de postulación, limpieza o montaje contaba junto a mi amigo Jero los pasos que nos distaban de tan ansiado objetivo.

Allí como ya conté en el pregón de la Juventud hace dos años, se ultiman los preparativos de la salida procesional. Olor a flores y cera que a mí me huelen a la gloria misma. ¿Qué como huele la gloria? Pues pásense alguna noche de víspera de salida de cofradía por la Iglesia de la Pastora y lo encontrarán. No solo el olor sino el culmen a todos sus sentidos.

Última oración en silencio con la mirada clavada en las manos de quien aún atadas sigue teniendo fuerza para cada año y por siempre salvarnos del pecado. O de quien llorando sus penas sin lágrimas –dulzura y encanto- en el más absoluto de los silencios recibe una flor como muestra de la pasión de Su Hijo. Ya es tarde, todo está por terminar aquí.

Vuelta a casa por una ciudad que queda abandonada. Calles que hace unas horas agolpaban al mayor número de isleños y no isleños que se acercaron a ver las tres primeras cofradías, calles que ahora solo reciben las pisadas del servicio que limpia nuestras calles para dejarnos otra jornada de esplendor.

Antes de quitar mis ojos de este aparato, cuento todos y cada uno de los elementos de mi hábito procesional, intento marcarme un planning de las cosas que quiero hacer por la mañana, algo que todos los años memorizo y que ninguno cumplo pues esta jornada es especial y cada año me espera con renovadas ilusiones y sorpresas. Sé que no voy a poder dormir, se que los nervios se me agolparán a cada momento cuando decida irme de aquí, pues yo como la misma noche de Reyes sigo poniéndome nervioso y no puedo dormir.

Aún así, aquí me despido, poco mas tengo hoy que escribir puesto que poco más necesito en mi vida, pues ya es Lunes Santo y yo… ¡Estoy en la gloria!

Domingo de vida


Aunque pueda parecer un clasicismo, el primero de los artículos de esta Semana Santa tenía -porque esta es el puro clasicismo y encuentra en el barroco su máxima explosión de sentimientos- que escribir sobre la primera de las salidas que entre tantas otras nos llevará hasta el final de lo que hemos estado esperando más de un año.

Yo desde hace años acostumbro a comenzar mi Semana Santa en el mismo lugar que comencé mi transitar en la vida de estudiante, y no es otro que el colegio de La Salle, patio grande, clases cerradas y una mezcla entre el olor del primer incienso y las últimas tizas que se postran sobre el pequeño cajillo bajo la pizarra y que apuntaron un lema que por esperado, siempre nos conmovía: “Semana Santa”. Y es que el Viernes de Dolores algún maestro, de aquellos que aprendieron su labor docente al amparo del legado que nos dejó en la historia San Juan Bautista de La Salle, supo dar como culmen las dos palabras más hermosas de esta primavera que aún estrena vestido de los primeros amaneceres soleados.

Y como clasicista es este artículo no podría faltar la clásica pero a la vez conmovedora pregunta que siempre nos hacemos ¿Dónde veremos al primero de los penitentes de azul capirote o aquel primer hebreo de la mano de su madre que lucha por sostener una rama de olivos en sus pequeños brazos? Yo, a los primeros de estos los suelo ver en la calle Cecilio Pujazón, o en la confluencia con Real cuando ya me acerco a la puerta grande de la capilla. Pero se agolpan en cientos de ellos cuando llego a aquel callejón –de Marqués de Ureña para el que no lo sepa- donde sus vecinos fueron los abonados de lujo que vieron por primera vez la salida de la Virgen de la Estrella.

Antes de entrar por la puerta que da acceso al colegio desde este callejón frente por frente al mismo, puedo ver un pequeño local que hace ya muchos años era surtidor de bocadillos de tortilla de patatas (para los más osados con alioli) cuando el reloj aún no marcaba las ocho y media de la mañana y éramos unos pequeños colegiales que soñaban aún con pasos, cirios y tambores.

Algunos con los que compartí tantos momentos bajo aquellos muros se encuentran en la primera de las estancias con la que me doy de bruces, el patio. Allí, formando una piña, posan para una fotografía que guarde, por los siglos de los siglos, que fueron parte de la cuadrilla de hermanos de esta lasaliana hermandad. Especial dedicación en estas líneas a un compañero que siempre me alegro de forma especial de encontrármelo en estos intensos momentos, a Carlitos Bellido, como cada año, le deseo todo lo mejor bajo ese azul palio que es el cielo mismo que cubría cada mañana de recreo y tardes de balón y carreras en la plaza de San José.

Subiendo las escaleras me vuelvo a dar cuenta que el colegio, con todos sus cambios, sigue teniendo la misma esencia que el último día que lo pisé o el primero de ellos que desde el colegio “de abajo” de la calle San Cristóbal ascendí a este de la mano de otro maestro de los que marcan época en la vida de cualquier alumno, Antonio de la Cruz. Llegando a la capilla me encuentro a otros compañeros, estos implicados con la hermandad han llegado a formar parte de su Junta de Gobierno, son los momentos que te hacen pensar lo mucho pasado y lo que aún queda por llegar.

Pero, este artículo por clasicista y rancio, no quiere quedarse en la mera contemplación de todos los elementos que para el que escribe son como cada año un cúmulo inmenso de sentimientos y añoranzas. Al llegar a la capilla, contemplo la primera de las secciones, hebreos de madre y olivo, se intuyen las primeras palmas. Y es aquí donde quiere el artículo detenerse y hacer el ¡quieto! a la razón y la cordura. Cuando hoy, al contemplar esta estampa de vida, de ilusión, de tradiciones que se postergan por los años es cuando menos comprendo la ley que con calzador nos quieren colar sobre, como dijo el Maestro –en mayúsculas siempre-, esa forma tirana e injusta de muerte con trituradora a la que ahora llaman aborto.

El corto paño azul y blanco cubre sus pequeñas cabezas y los escuetos hábitos se entallan al infantil cuerpo que en muchos casos aún no ha comenzado a articular palabras, pequeños balbuceos de un jovencísimo cofrade que sostenido por su padre recibe la primera de las lecciones que nunca se olvidan.

- Esta es la Virgen de la Estrella. Hijo ¿Cómo se le dice a la Virgen?

Y un “guapa” rotundo se escapa de entre los tiernos labios del pequeño hebreo que conmueve a cualquiera de los que pueden escuchar y contemplar la escena. Es la vida en su comienzo, es la ilusión por un futuro, son nuestros sueños primeros y son, porque así lo quiso Dios, nuestro relevo en este finito mundo.

Quien no tenga clara su visión sobre el tema, cuando sus dudas espirituales o carnales le lleven a no saber elegir entre que postura optar, les invito a que un Domingo de Ramos se acerquen a ver el paso de esta hermandad y si les es posible, antes de su salida en el interior del colegio, donde la infancia vive no solo el Domingo de Ramos sino todos los días del año.

Aunque solo sea una reflexión de un pobre cofrade, hoy para mí no será el Domingo de la Borriquita en Siete Revueltas, ni el de Columna en su portentoso paso por la calle Ancha, ni de Humildad y Paciencia pasando por los rincones de su barrio atestados de público. Hoy para el que escribe, es el Domingo de la VIDA en mayúsculas. Hoy Domingo de Ramos, comienza la vida, y de paso, damos comienzo a la Semana Santa.