domingo, 28 de diciembre de 2008

Plumas blancas en San Lorenzo


Las calles que confluyen en la plaza de San Lorenzo son un hervidero de gente endomingada, los plátanos de Indias que la dotan de sombra y frescor los días cálidos estiran hacia lo alto los brazos huesudos de sus ramas intentando vanamente alejar a manotazos alguna nubecilla que boga con insolencia. Porque hace tiempo que se apagó la luz del sol pero esta noche no es como las demás del resto del año y conviene cuidarlo todo.

De pronto el público se agita, hay carreras de adolescentes y griterío de chiquillos, y a pesar de esta mescolanza sonora puede percibirse a lo lejos como el repique nervioso de los tacones de una muchacha sobre el acerado.
Alguien lo anuncia incontenible: ¡Ya vienen los armaos! Y como para confirmar sus palabras una marea de espuma blanca invade la calle Cardenal Spínola por donde avanzan marcialmente esos custodios de honor de la sentencia de Cristo que si fuera verdad que debieran mantenerla ya habrían provocado una insubordinación en sus filas. Los armaos de la Macarena.

Nunca mejor bandada de palomas blancas agitó su alba belleza por la plaza remozada, ni los sonidos del parche y el metal hallaron ecos más puros. Los armaos enseñorean con su paso marcial del cauce abierto entre el compacto público. Dan una vuelta a la plaza y se encaminan decididos a la Basílica a cuyo interior acceden marchando respetuosos y solemnes en torno a los pasos del Señor de Sevilla, del Señor del Gran Poder y María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso.

Es la visita de protocolo y devoción que estaban deseando cumplir desde que a eso de las siete de la tarde iniciaron su recorrido por las calles de la ciudad encendidas en conmemoración pasionista. Y no disponen de mucho tiempo para cumplirla. Allá en la Macarena, este mismo Jesús, hijo de Dios, que carga ennegrecido su rostro con la cruz infamante, les espera para iniciar el rodaje cierto de una secuencia anterior de la más trascendente película de la historia. Ya está el gobernador Pilatos impaciente en su sillón y se acerca la lectura de la injusta sentencia, que empezará cuando ellos quieran.

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